La vida en tres ¡ay! - 3)
Al arreglar la sucia e inculta parcela de terreno, recibida con la casa, hubo que extraer la tierra arcillosa superficial (si se humedecía y pisabas encima, te quedabas trabado como en un pantano) y renovarla con tierra de vivero. Una vez conseguido el sustrato, planté mis retoños alineados a lo largo de la valla, pues no había otro sitio para ello: hace mucho tiempo que cultivo árboles, desde la semilla, y aquí prosperó un almendro que dio pronto unas almendras fantásticas (eso sí, acosado por hordas de pulgones veraniegos que pringaban todo su entorno) además de dos moreras que se hicieron gigantescas, con sus frutos cayendo y entintando el suelo. También hubo un laurel que llegó anémico (porque lo tuve en crianza en una terracita acristalada y llevó mal el encierro) que consiguió medrar y ponerse en forma; y un níspero con estupendos frutos, además de un ciprés juvenil. El resto del jardín consistía en un pequeño enlosado con una mesa redonda y cuatro silla...