Vidas paralelas - 2.

Entre recreaciones imaginadas, como las de "Jurassic World"  y realidades informativas, como la referente al oso Goiat, he estado meditando sobre extinciones, fauna ya desaparecida y peligros de extinción en la actualidad. Basta con rastrear a los primeros humanos practicando la caza en grupo como una actividad que desembocaría, junto a otros condicionantes,  en la desaparición inducida de muchas de las especies en el planeta. Incluso aunque la entendamos como lógica en aquellos tiempos primitivos de dudoso futuro, ya se inicia la tendencia (por cierto insinuada y resuelta de un modo adecuado para el espectador-niño, en un capítulo de "Ice Age") hacia la extinción de muchas "vidas paralelas".

   Como pobladores, numéricamente hablando, no hay previsión lógica de que nosotros nos extingamos, pues ya estamos en la senda de los ocho mil millones de habitantes desparramados por todas las tierras del mundo, multiplicándonos sin tasa y apiñados en núcleos urbanos, algunos gigantescos. Pero es arriesgado creer que no nos acecha un suceso extintivo, puesto que un crecimiento finalmente incontrolado implica cuestiones futuras como que ya no tengamos sitio de expansión, que la superpoblación acabe originando plagas bíblicas o que un primo lejano del asteroide del Golfo de Méjico nos elija como diana final.

   O, a un simple nivel imaginario, claro, podría afectarnos cualquier secuela como las contempladas en horribles películas tipo "Skyline" (film de 2010) o la que fue famosa serie "V" (de 1983), esta última bastante más moderada al presentar la interrelación predadores-presas que, en el film, somos nosotros y que respeta una posible supervivencia. En cambio, en la que cité al principio, mucho más actual y ajustada al gusto tremendista de efectos cruentos, la población humana no termina nada bien y ahí se acaba. No obstante, la mayoría de argumentos similares en obras parecidas, se decantan por la escapatoria de algún infortunado grupo de huidos, que deberán recorrer un mundo devastado mientras siguen multiplicándose por imposición fisiológica, colisionando con sus iguales entre masacres y conquistas, a la espera de evolucionar cualquier sabe cómo y hacia dónde.

   Siendo como somos ahora, más bien parecemos nosotros mismos la plaga, el invasor o el asteroide, por lo bien que se nos da provocar extinciones (directas e indirectas), fósiles de animales extintos (a cuyo último ejemplar se habrá visto desaparecer) y muchos otros amenazados (ya erosionadas un gran número de especies). Aunque algunos bichos oportunistas (ratas, cucarachas, mosquitos y parásitos) consiguen mucho éxito en buscarse la vida, parecería que siempre seremos la raza triunfadora en un mundo en el que habrán desaparecido infinidad de supuestos "competidores", peligrosos o no. Si el éxito se mide por el alcance de la desaparición forzada de otras especies, hemos tenido una eficacia extrema hasta el punto de que, a nivel científico, se sugiere que nuestra actividad está provocando una cuarta extinción global.

   No sé si la silenciosa desaparición actual de vidas paralelas se debe a la indiferencia humana respecto de grupos biológicos de los que no saca un inmediato interés comercial o mercantil, o se contrae al propio exterminio, voluntario o casual, de ciertos animales no domésticos. Diría que ya por costumbre se trata de un "quítate tú, que me pongo yo", consecuencia -no la única- de la superpoblación humana que, por más que se haya masacrado a sí misma históricamente, las pérdidas por guerras y desastres no han desacelerado el imparable desarrollo poblacional.

  Ni siquiera dulcificamos nuestro "mérito" devastador por el hecho de tutelar grandes concentraciones de animales, porque se explotan en régimen de propiedad precisamente para que medren, como los grandes rebaños ganaderos, las granjas de millones de pollos o las piscifactorías. Tampoco obra como "mérito" el que hayamos "inventado" a los animales de compañía que, en base a su adaptabilidad, han aceptado la sumisión para sobrevivir como mascotas, sofocando su genética para conseguir cobijo y comida e incluso un estimable lugar en la sociedad. Claro, siempre que el propietario que les haya tocado en mala suerte no opte por abandonarlos o encerrarlos, dejarles sin comida, o bien los apalea, tortura y  mata, lo que ha ocurrido antes y sigue sucediendo ahora.

   También las mascotas son mercancía, a veces valiosa y a veces desechable. Se estima que este año 2018 se abandonarán, como poco, unos 150.000 perros en España, que ostenta el lamentable liderazgo en número de abandonos en la U.E.  De gatos no tengo cifras, pues por su menor tamaño e independencia se eclipsan fácilmente hasta formar colonias urbanas, con un remedo de libertad a cambio de parasitismo, enfermedad y hambre. Y los pájaros, fáciles de soltar cuando molestan, vuelan sin saber adónde, los caza algún predador residual o los mata el invierno y si sobreviven y se afincan, como las cotorras, perjudican la comodidad ciudadana sin "devolución" posible a su país de origen... Sin olvidar la arriesgada introducción de visones y mapaches americanos que ahora son los "malos", al empujar a la extinción al visón europeo, del que en España quedan no más de 500 ejemplares. Que luego habrá que repoblar artificialmente y soltar en un medio hostil.

   Como contrapartida, están los maestros de la escapatoria y del desperdicio humano, ratas y cucarachas en progresión constante y número imposible; la multiplicación inaudita de amenazas por patógenos y parásitos traídos por mosquitos, ya no solo endémicos, sino como estirpes invasoras desde varios extremos del globo que nos pillan sin inmunidad, favorecidos por las comunicaciones que originan el desplazamiento masivo de la humanidad y también de sus sevicias.

   En cambio, tras las ciudades rutilantes, las economías florecientes, los fantásticos viajes, los tremendismos políticos, la tecnología punta, la inteligencia artificial, la mirada en las estrellas, el único planeta disponible con una acogedora plenitud, degenera y decae cada vez que desaparecen más vidas paralelas, mientras que la globalización y los requerimientos económicos  imponen la indiferencia y la ausencia de autocrítica. Seguramente es que la población humana considera estar demasiado ocupada como para evaluar esa "minucia" que representan las extinciones porque ¿Dónde están, que no las vemos?

Hasta la próxima semana.

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