Y aquí, la vida misma y sus agobios

 Hola, amigos,

      Para salir del agobio de estar trabajando en dos libros a la vez, voy a optar por algo desenfadado:  

En una serie de noticias cortas --de distinto contenido-- que me ofrece a diario y de pasada mi ordenador, os resumo una: un español, residente en la actualidad en Japón comenta en su cuenta en TikTok (espero dar el dato correcto, porque no frecuento redes sociales): Se encontró en su buzón un paquete que contenía una carta, de un vecino japonés que comunicaba (a todos los residentes del bloque) que iba a hacer obras en horario de 9 a 5 del día, disculpándose por el ruido previsible e incluyendo una toallita de regalo. 

 Cuestión la de anunciar previamente los ruidos de obras a otros vecinos es tan poco acostumbrada en España que, cuando alguien lo hace (yo, por cierto) te miran como si estuvieras demente y te dan unas "gracias" casi desconfiadas.

   La pequeña noticia del español en Japón, incluye respuestas españolas (de los lectores comentaristas) que dicen: a mi me regala el vecino sus portazos; o bien las peleas a voz en grito; otros: a cualquier hora la taladradora... o la radial; o los albañiles hablando a voces (lo que yo misma  experimenté hace un mes: una radio en el exterior a un nivel de decibelios estruendoso y que, ante un amable ruego de bajarla, la airada respuesta fue: "¡Es que estamos trabajando!" Y la consiguiente contestación: "Es que yo también, ¿no saben que ahora se trabaja en casa y sin armar ruido?")  Debo decir que en este caso, que era una construcción en el exterior, los albañiles apagaron la radio (se iban de vacaciones) y a la vuelta la volvieron a poner de nuevo... cosas que pasan. De momento, algo menos ruidosa.

   Pues bien, en este preciso momento yo ya estaba escribiendo esta entrada, para reproducir un comentario  de mi libro (del año 2018), que fue "Triannual I", que versaba, precisamente, sobre los  los ruidos estruendosos y escandalosos con que me he encontrado muchas veces:

  Y de repente  ahora y aquí acaba de impactar una taladradora de percusión en vivienda colindante, justo al nivel del ordenador en el que estoy escribiendo... y de mi silla, que ha vibrado conmigo encima a la vez que mi cabeza. En esta cuestión de no tener en cuenta el posible resultado de las aficiones, también he sufrido a quien produce en su casa o en el patio todo tipo de artilugios por afición, incluyendo cantidad de cachivaches de hierro o madera y las consiguientes pintura, barniz, lijado, martilleado, soldadura, encolado, con todo tipo de herramientas ruidosas (eléctricas y manuales)  y con olores químicos nada saludables, para hacer moblaje por mera afición, constantemente, en horario de mañana y tarde... Y allá ese "resto" que son "los demás", abrumados por una contaminación acústica y química sucesiva.

Son muestras, más habituales de lo debido, de personas que parecen considerar su ocio intensivo como un derecho suyo que entraña el deber de los demás de aguantarle los sobresaltos (y sus  potenciales secuelas) y las molestias insoportablemente sucesivas de sus actividades y aficiones domésticas. 

 Y, casualmente, el estruendoso taladro ha coincidido en los momentos (=ley de Murphy + mi propia teoría del azar) en que yo estaba reproduciendo el texto de Triannual I que hoy quería ofreceros: Décimo séptimo comentario: Los músicos deberían vivir siempre. Referido a otro episodio escandaloso hasta el límite (y no precisamente por la música), que tuvo lugar al lado de una casa anterior:

<<... Parecíame como si por un agujero temporal hubieran su tribuno y sus centuriones escuchado mis defensivos votos a ellos, y la reorganizada Legión (la IX, Hispana) incólume acudiera como en tiempos romanos (en su formación de tortuga) para situarme bajo el caparazón de los enormes escudos triangulares en defensa de mi audición y de mi paciencia (que es ancha, pero corta). Por supuesto, la diversión exterior seguía a su ritmo (extremo y desatado) Para eso debían servirme los escudos, como si desplegaran con sus corazas un campo de fuerza de aislamiento auditivo.

<<...Cuando, a las cuatro de la madrugada (y la juerga duró hasta la mañana siguiente), habiendo cerrado todas las puertas y emigrado a la habitación más alejada de los patios, con la ayuda de un CD, con el eco del "evento" del fin de semana, ya oía menos el estruendo (que culminó con un coro humano de aullidos lobunos) y aun faltaban (...) los gritos alcoholizados de alguna despedida o, en su caso, el revoltijo de una cama colectiva. (...) Reconozco que lo resolví con unos cascos, y no eran los procedentes de las romanas cabezas idealizadas, sino el artilugio electrónico que hizo aceptablemente su trabajo.>>

    No he incorporado aquí todos los párrafos del libro previstos, porque los taladros del irreductible y empecinado bricolador me han desestabilizado hasta las pulsaciones. Así que decido parar ya y subir este comentario, esperando volver con vosotros entre el sábado-domingo 11 y 12 de noviembre... Pero...

...Igual si queréis leer la próxima entrada, pero no la encontráis, será que el sobresalto de la Black & Decker, redoblando en el tabique frontero, me habrá dejado fuera de onda. Aunque si consigo reponerme, quizá abriré aquí un diario de las siguientes atrocidades acústicas y similares doquiera y cuando se produzcan en mi entorno. Claro, siempre que lo que esté escribiendo sea, como ahora: tan real como la vida misma... en el país.



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