Por fin, habrá elecciones...

Empieza el mes de marzo. Y diré que, hasta el momento y con relación al medio ambiente, se inicia como los anteriores, ya transcurridos, en medio de una primavera generalizada: febrero, que solía ser el mes más frío de los inviernos tradicionales, ha sido extremadamente caluroso, e incluso hemos tenido días propios de un verano increíblemente avanzado y con los árboles florecidos. Es lo que tiene el cambio climático, que aquí el solecito calienta pero que de agua, tan solo unas gotas poco distribuidas, y la correspondiente sequía en detrimento del sector agrario. Situación toda ella que amenaza gravemente el futuro, ya muy cerca del año 2020, para el que hubo recomendaciones en la Conferencia de París, sobre el clima.
     Y al pasar a otras cuestiones, voy advertir a los escasos pero, al parecer, aficionados o habituales lectores de mi blog, que debo expresar yo en estas líneas, a continuación, mi alegría personal (a la que me referiré más abajo), dadas las pocas, pocas, pocas veces que en materia socio-política he gozado de tal sentimiento, dada la larga historia contemporánea de sucesivos descoloques, cuando no fracasos, torpezas o errores, habituales en los equipos dirigentes del país. Ni recuerdo ya en qué momento electoral perdí el norte para saber, optar, o decidir mi opción de voto con alguna credibilidad de entre el catálogo ofrecido por la maraña política, para terminar dejando al puro azar la suerte que pueda correr mi voto, como el otros, como el de tantos, después del resultado electoral correspondiente.
     Claro, luego han venido -haya sido cual fuera el gobierno entrante- las decepciones, las lamentaciones, las corruptelas, los gobiernos flojos (cuando no pura y simplemente desastrosos), los pactos marrulleros, los desencuentros... mientras que el ciudadano común sigue trabajando, a su nivel, por la estabilidad personal y nacional y continúa pagando sueldos y gastos a los equipos políticos, los asesores, las infraestructuras, por decisiones poco adecuadas o incorrectas, siempre insuficientes y, en general, con absoluto olvido de las promesas electorales por parte de los gobernantes, lo que es, para mí, el peor de los fraudes, el que destruye directamente la confianza individual y general.
     Pues bien, la "alegría" obedece a que, finalmente, el actual equipo gobernante parece tomar la decisión de convocar elecciones, casi un año después de la tormenta política que aportó, por primera vez en la democracia española (instaurada en el pasado, ya hace mucho tiempo, gracias a la suma de pretensiones populares, decisiones de gobierno evolutivas y, por una vez, con pactos colaborativos entre tendencias políticas), repito que recientemente, por primera -y diría que lamentable- vez la aparición de un presidente no-electo en el gobierno de España desde el pasado año 2018.
     Todos, o al menos muchos, esperábamos entonces -en base a su propia propaganda- que tal presidente accedía al cargo con la intención primordial de convocar elecciones generales, cosa lógica cuando el gobierno anterior parecía haber tocado fondo (o tomó, por su parte, la decisión equivocada al no convocar ellos mismos las elecciones mientras gobernaban) y se recurrió, como fórmula extraordinaria, a una moción de censura que, excepcionalmente, tuvo éxito.
     Pero, en el período transcurrido, hemos contemplado una política errabunda, plagada de bandazos y de dudas, desenterrando viejos recuerdos guerra-civilistas ya totalmente olvidados,  imponiendo medidas arriesgadas a nivel económico y empresarial,  decretado determinadas mejoras con un absoluto tono electoralista y promoviendo  decisiones para luego contradecirlas sin el menor reparo. Y, sobre todo, con aspecto de aferrarse al poder estirando situaciones (como el no aprobado presupuesto anual) que no debieron de producirse. 
   Así que lo que debieron ser unos pocos meses, suficientes para articular las elecciones, se han convertido en una anualidad gobernando mediante Decretos, para eludir el estudio y votación democrática de sus pretensiones en el Congreso, esto es, por las bravas. Así que, en mi criterio, no sé para qué hemos pagado en este período a los diputados de las Cortes generales, porque no es que hayan trabajado mucho en leyes de las de verdad... Es lo que tenemos los contribuyentes (definición puramente fiscalista y recaudatoria), que lo pagamos todo pero no mandamos en nada.

Y ahora, unos párrafos de mi segundo libro, "Hilos en la cuerda", procedentes de la segunda novela corta ("Unos y otros") de las tres de que consta el volumen y que incluyo como cierre de la presente entrada:

     "... había sido conductor de un camión militar en la guerra civil... Nunca contaba nada acerca de la contienda pero le encantaba desgranar historias de animales... A veces, el episodio transcurría mientras conducía el camión por carreteras o por campos y sendas, otras desplazándose en su coche... Pero nunca, nunca, se refería a enfrentamientos bélicos... si realmente había sido lo que decía que fue, era un hábil narrador de cuentos... Siempre había en sus episodios hierba mentolada y aromática, peñas verdosas exhalando poderío, riachuelos cantarines acariciando los cantos rodados, o bien caminos polvorientos y bacheados, bosques sombreados y siseantes, playas solitarias y rumorosas, dehesas donde acaecía el episodio, a veces, desde el camión..."

El enlace editorial: https://www.bubok.es/libros/257387/Hilos-en-la-cuerda.

Y hasta el próximo mes de abril, amigos.





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