Temblores

Pues sí, temblores produce la Tierra cuando se sacude el cuerpo, como el terremoto de nivel 4,1 en la escala registrado el día 17 pasado en Granada, Málaga y Córdoba, sin daños personales, y cuya potencia luego se ha rebajado al 3,7 aunque el siguiente día 20 se ha reproducido en Granada con un 3,3. Hoy mismo, día 25, otro terremoto de 5.4 se ha registrado (sin daños personales) en el Peloponeso, península situada al sur de Grecia, con dos réplicas menores.

 Peor ha resultado el ocurrido, también el pasado día 17, en Japón (zona de Osaka) que alcanzó el 6,1 de intensidad, provocando importantes daños y algunos muertos por desplomes. La eficacia japonesa en construcciones sismorresistentes ha conseguido minorar los efectos del desastre que, de producirse en otros lugares del planeta, hubiera tenido consecuencias mucho más graves. Ventajas de la previsión, la tecnología y el interés de los gobiernos por su propia sociedad. Aunque esas sacudidas deberían de considerarse como indicios, advertencias de otras amenazas potenciales, teniendo en cuenta que, según las informaciones de prensa, solo en esa región japonesa hay instalados 15 reactores nucleares, nada menos, aunque supongo que estarán agrupados por conjuntos en Centrales, pero ya es para sobresaltarse en un país que en el pasado sufrió ataques nucleares bélicos destructivos y, más cerca en el tiempo, el desastre nuclear de Fukushima. De donde se desprende que la comodidad, a veces, acepta el riesgo con demasiada indiferencia.

   Aquí, en España, los "temblores" ciudadanos no los ha provocado -aunque los vecinos afectados si que los habrán sentido- el terremoto de Andalucía, sino que los padecemos todos como consecuencia de las incógnitas políticas sobre decisiones, acuerdos y desacuerdos entre los que salen y los que entran al Poder, siempre revueltos en la maraña de la política profesional. Esos "temblores" (imaginarios, por ahora, no es que vayamos por ahí danzando con el "baile de san Vito" por su causa, aunque tiempo al tiempo) los sufre el ciudadano común al pensar en una posible ralentización económica (ya estamos avisados, de antes) como uno de los perjuicios que más podrían afectarnos.

   A mi parecer, estas "sacudidas" sociales pueden afectar a dos niveles: la macroeconomía, que procede del esfuerzo común en el entramado empresarial y laboral, la actividad mercantil, el producto interior y la tasa de inflación, y que puede resultar afectada por el desplome de la confianza internacional respecto de nuestro zarandeado país, sistemáticamente carente de defensores o valedores frente a la opinión internacional salvo honrosas, pero muy escasas, excepciones.  El otro nivel es el de la microeconomía, referida a nuestros recursos personales, con los que tratamos de mantener o mejorar la vida individual y familiar. De resultas de ambos, estamos amarrados con una cadena de control oficial que nos fuerza a nuestra obligada contribución económica personal,  que es lo que nutre a los Presupuestos, que son el dinero de todos usado tanto para mantener los servicios básicos como para atender los salarios, gastos y prebendas de viejos y nuevos altos cargos, procediendo todo de la actividad recaudatoria impuesta, sí o sí, sobre la ciudadanía a través de la Agencia Tributaria, primordial instrumento al uso de los gobiernos de turno.

   Aún más "temblores" nos acechan cuando se apresuran a rehacer o reformar todo, a toda prisa,  para impactar en la audiencia con novedades inmediatas, mientras que ambos equipos políticos se reordenan, unos divinamente compensados por su cese con indemnizaciones, nombramientos para nuevos destinos e incluso pensiones desde ya mismo, y otros con el alta en las suculentas nóminas como nuevos detentadores del Poder y que ya recibían en alguna medida su remuneración como partido y como diputados y que ahora, con los nuevos cargos obtenidos, acceden a mayores sueldos y beneficios. Los "temblores" ya se anuncian: hace pocos días la prensa indicaba que el gobierno entrante anuncia "un nuevo impuesto" (o una serie de ellos) para financiar las pensiones... vaya, vaya... Creí que ya había una "hucha de las pensiones" establecida y obligatoria para garantizarlas, pero la vía de sacar recursos mediante los impuestos es tan fácil y exigible... como para buscar, como sea, el pan para hoy pero ¿y mañana?

   Iguales indicios apuntan respecto de la prevista subida del salario mínimo a un nivel digno y necesario pero tanta rapidez puede tener un contrapunto: a lo mejor lo que más interesa es conseguir con ello un mayor nivel de impuestos y retenciones aplicados a unas nóminas más altas... Falta por saber si las empresas aceptarán los sobre-costes que les produzca actualizar los sueldos o, simplemente, reducirán aún más las contrataciones  al considerar no solo que tienen que pagar más al empleado sino que aumentará también la fiscalidad vía impuesto IRPF de cada contribuyente, en primera persona, así como los descuentos sociales complementarios en las nóminas, a cargo de trabajador y empresa. Resultando todo ello en número impositivos muy altos.
    Si la contratación se resiente a la baja por tal causa, me pregunto si la reciente disminución del número de parados volvería a elevar sus cifras por esa o cualquier otra razón, cuando lo absolutamente necesario es tener garantizado el empleo,  que es lo que los desempleados esperan. Y el país, también. Y, una vez logrado el puesto de trabajo, recibir su remuneración y, sobre todo, no perder la ocupación al poco tiempo y vuelta a empezar. En resumen que haya más puestos de trabajo dignos y que el empleo esté garantizado para todos en el tiempo.

    Las decisiones rápidas a niveles de gestión pueden producir alegría por su inmediatez pero también la duda de si han sido meditadas, debatidas, analizadas en cualquier posible consecuencia y capaces de garantizar seguridad a todos los miembros y al conjunto de la comunidad. Cosas que se llevan igual de mal con el éxito tanto si se dilatan en el tiempo como si se improvisan en dos días. Miedo me dan los subidones que producen los triunfos políticos, como también sus promesas, porque no garantizan el futuro ni siquiera el cercano. Habría que aceptar el éxito, como el fracaso, simplemente con precaución y dignidad, dejando los excesos para los triunfos deportivos o personales, que compensan pero no perjudican.

   Para acceder al oficio político no se ha precisado concurrir a demandas de empleo en competición con cientos de solicitantes, ni vigilar a diario las ofertas publicadas, presentar miles de currículos que casi nunca son respondidos o acudir a entrevistas en las que se reciben buenas palabras engañosas que se desvanecerán mientras que se espera durante días esa carta que no llegará o esa llamada que no se producirá o, en otros casos, se dedicarán años de preparación de oposiciones, codos sobre la mesa. Ni en la política tradicional necesitan ir tirando con sueldos parciales (como en la vida real y dando gracias a los papás y a los abuelos), medias jornadas o subsidios de paro que se acaban, sin olvidar a quienes, enfrentados al desahucio de su vivienda, optan por arrojarse al vacío para no ver cómo se esfuma lo que anteriormente habían conseguido, ignorados mientras la atención mediática se centra en los triunfalismos de la clase política o en la llegada masiva de inmigrantes.

   Y en cuanto a los ciudadanos con empleo y sueldo: presión fiscal cada mes y cada año además de la incógnita de los nuevos impuestos y sobre si alcanzarán en persona a recibir su futura pensión. Ahí ya, tal vez, no son "temblores", son cabreos. Inútiles. Porque somos tan anónimos que parecemos simples paquetes destinados, con nuestro trabajo, a producir riqueza (sobre todo para algunos), recursos para los servicios públicos, dinero para mantener los Presupuestos y a los políticos, e incluso a niveles marginales también favoreciendo las componendas y corruptelas cuando se producen, y no  después, como se vienen descubriendo desde hace tiempo. 
    Pero, como ciudadanos, no parecemos importar gran cosa en el organigrama oficial salvo para pagar nuestra enorme contribución monetaria, mientras que la política de turno diseña grandes vías propagandísticas paralelas a la vida real.

   En la vieja mitología, cuando los dioses bajaban del Olimpo a mezclarse con la humanidad, siempre era a su propio beneficio y originando embarazos mestizos de los que nacerían humanos semi-dioses. A estos personajes se les reconocía según fuera su respectiva intervención en el mundo terrenal, dado que unos ayudaban y otros perjudicaban a las personas comunes, variando su popularidad por aquello de "por sus hechos los conoceréis". Así era la fábula y así es la vida. Pero los beneficios y los perjuicios de los poderosos varían en su cuantía: a ojo, lo conseguido bien puede ser del 90% y lo perjudicado del 10%. En el caso de la ciudadanía y su dotación de beneficios-perjuicios... ustedes mismos pueden evaluarlo, porque está la vista.

Hasta la próxima semana.

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