Vacunas, pistachos y lechugas

Ya esta muy cerca de cumplirse un año (el próximo marzo) desde que el gobierno español empezó a movilizarse públicamente para intentar contener, a lo bruto, la pandemia. Si tenemos en cuenta que han pasado casi doce meses sin que haya desaparecido en ningún momento la situación de contagios y defunciones, pues a ver dónde está la eficacia de las distintas medidas adoptadas. 

     Hace poco, he leído  un breve documento de la agencia EFE sobre una intervención hablada de la viróloga Margarita del Val en la COPE, en enero pasado, y ver tal información me ha sugerido un pequeño resumen de su criterio profesional, sobre cómo ha empezado el año en España:

- Que estamos en la cuarta ola (no es la tercera, como se decía en algunos medios) de la pandemia.

- Que las Navidades han propiciado "el peor momento en cuanto al número de contagios"

- Que al ritmo de vacunación actual (referido a enero)  solo estará vacunado el 3% (de la población) en Semana Santa... Que habrá pandemia para rato... Que esto (la vacunación) irá con cuentagotas.

- Que no sabemos si las vacunas evitarán el contagio ni cuánto tiempo van a proteger.

    En vista de lo cual, lamento tener que referirme, de nuevo, a la situación epidémica en el país: Según veo en la prensa, después de una enorme lentitud en la vacunación que, durante semanas, solo alcanzó al 2% de la población, se ha incrementado ligeramente el porcentaje, con los datos publicados el día 20 de febrero (porque ya se han recibido algunos paquetes de vacunas, posteriores a la entrevista citada arriba), de modo que, actualizado, el porcentaje alcanza al 3,73%, a fecha de hoy. Y esto, referido a una población de 48 millones de habitantes, así que el hecho de su lentitud y la posterior revacunación, si es que hay dosis, pues nos sigue manteniendo en expectativas frustradas y con soluciones presuntamente poco eficaces. Además teniendo en cuenta que en eso, como en todo, a la hora de recibir vacunas desde los laboratorios multinacionales,  posiblemente estemos situados muy abajo en la lista de pedidos, como de costumbre, pacientemente a la espera, y en la cola del mundo.

    Las Navidades, aunque han recompuesto un poco la socialización, ya perdida entre las personas, también han propiciado un aumento muy sensible del número de contagios (incluso he leído por algún lado que igualando a las cifras de marzo de 2020) y, lamentablemente, también del número de muertes.

     Respecto de las vacunas: Pues seguimos en una ignorancia casi total sobre su eficacia, dado el bajísimo porcentaje dispensado hasta ahora, además de encontrarse en el inicio de su aplicación, incluso habiendo dudas cronológicas sobre la segunda dosis, y bajo la amenaza adicional de las diversas cepas surgidas en distintos países, casi a la vez y de un modo sorprendentemente intenso y rápido. Tanto, que tal le pareciera a una mente desbocada, que algún "justiciero" galáctico las estuviera repartiendo generosamente (las cepas víricas, no las vacunas) desde su nave espacial sobre el planeta, más o menos aleatoriamente, para "frenar" la posible eficacia de la vacunación, al menos a cierto plazo. Plazo nada previsible, por otra parte. Lo que el "justiciero" pudiera pretender, pues solo puede ser planteado en el área de la narrativa imaginaria.

     Ya se ha dicho en varios sitios que las vacunas no evitan la infección (esto es, que igual puedes re-contagiarte estando vacunado y que -aunque estés bien en apariencia- puedes seguir contagiando a otros, si crees que el agente infeccioso ha sido vencido y que ya no necesitas las restricciones). Así que tal parece como si las vacunas fueran, en realidad, la inyección de un compuesto "medicinal" que atenúa los síntomas y, tal vez, las secuelas pero que no termina con la infección en la práctica ni a un cierto plazo, posiblemente muy largo. Así que el agente infeccioso parece (lo digo solo basándome en el sentido común) que seguirá extendiéndose en múltiples direcciones y mutando en nuevas versiones, en cuanto encuentre la menor resistencia a su expansión.

     El CSIC español (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) está trabajando, desde hace algún tiempo, en la investigación de posibles vacunas de un modo menos apresurado que los laboratorios famosos (es un organismo oficial, no una empresa mercantil) y trata de desarrollar vacunas según sean los resultados de la investigación, en un plazo indeterminado. La verdad es que yo preferiría que, cuando estuvieran autorizadas, pudieran elaborarse en grandes números en nuestro país y, por lo menos, le otorgaría mi confianza a un resultado procedente de una entidad tan acreditada históricamente como es el CSIC, en este caso en lo que se refiere a mi salud personal y a la eventual vacunación.

     Pero, claro, me planteo algunas incógnitas inocentes respecto a esas posibles vacunas: Primera, llegado el caso ¿Quién desarrollaría rápidamente y con qué dotación económica, y subsiguiente precio, esas vacunas nacionales? Porque no proceden directamente de laboratorios comerciales sino de un organismo de investigación propio. Y por lo tanto,  alguna empresa mercantil tendría que asumir la producción  ¿Sería elegido entonces algún laboratorio de producción nacional, que alguno habrá? ¿O, previsiblemente, no? 

     Y, segunda: perdonen la rudeza de la comparación, pero ¿Y si entonces pasara con la eventual vacuna española como ocurre con los pistachos de producción nacional? Que, cultivados aquí en extensos campos, se dedican mayoritaria, tal vez exclusivamente, a la exportación a otros países europeos. Y entonces, en España y para consumo nacional, pues los compramos a países de cultivo  barato... como si se nos considerase ciudadanos (europeos) de segunda clase, sin acceso a un producto propio de mayor calidad, destinado a otros por razones económicas. Si no recuerdo mal, en los años 60 del siglo pasado, eso caracterizaba a los países subdesarrollados.

    Pues eso es lo que viene pasando, que llegan del exterior productos que antes nos ofrecía directamente nuestra acreditada agricultura interior, como las avellanas, las almendras, las nueces, las uvas pasas, las ciruelas secas, las judías verdes y muchas variedades de fruta, que ahora vienen de distintos países extranjeros, cada vez en mayor medida,  y cuya calidad y seguridad alimentaria pueden ser buenas, o no,  y cuyos sistemas productivos desconozco. 

    Como ejemplo, y por causa de mi deficiencia visual, hace poco me he encontrado con una lechuga que, para mi sorpresa, también había sido traída vía importación (según su etiqueta, cuando pude leerla). Comprada sin advertir su origen, apareció al abrirla con la zona superior de  las hojas dañada. Y todo lo demás, que aparentaba estar en buen estado, resultó de una textura áspera y de difícil gusto como producto de alimentación. No había en la etiqueta mención de caducidad. 

 Será que ya no cultivamos ni lechugas...

    ¿Me entienden el sentido de las preguntas? Pues las respuestas... ustedes mismos.

Hasta la siguiente entrada, amigos, que será del trece al catorce (14) de marzo.


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