Adiós, siglo XX, adiós.

Recuerdo el siglo XX, con frecuencia. Durante su primera mitad, fue un lamentable ejemplo de las barbaridades y nefastos resultados de la actividad política, con enfrentamientos pertinaces que llevaron a revueltas y guerras regionales y mundiales que arrasaron vidas, economías y territorios. 
        A nivel internacional se produjeron dos guerras mundiales, casi sucesivas, con terribles consecuencias de destrucción y muertes. Al parecer, la primera de ellas aún no fue un desastre suficiente como para escarmentar a gobiernos y a políticos e inducirles a renunciar a soluciones violentas sino que, por el contrario, se repetiría (a un nivel infinitamente mayor) al estallar la II Guerra Mundial, cuyas características fueron la enorme extensión de los territorios afectados por las batallas en varios continentes y, además, el recurrir, en determinados momentos y casos, a una combinación de crueldades que parecían heredadas de la oscura Edad Media, pero con los terroríficos medios bélicos que utilizaron los bandos enfrentados, que parecían más propios de un futuro apocalíptico que de aquel presente.

       Por mi nacimiento posterior, no viví personalmente esos acontecimientos, así que me atengo a lo que la Historia aporta y documenta sobre esa primera mitad indefendible del siglo pasado y a las narraciones publicadas de supervivientes o participantes en los conflictos armados. Incluso a algunos de ellos, ya mayores, tuve ocasión de escucharles directamente sus propias historias de cuando fueron soldados en activo en la última guerra, al margen de la que fuera su adscripción militar.

        En cambio, sí que he vivido en persona la segunda mitad del siglo XX en España, cuando íbamos creando una época que anhelaba la paz, la libertad  y el progreso, y durante la que muchas personas han contribuido a una evolución que nos llevó a la democracia, la igualdad, el impulso a la educación y la sanidad, la apertura hacia Europa y el conocimiento de nuestros parientes europeos, mientras se estabilizaba el país, confiando en un entorno pacífico, evolutivo, colaborativo y capaz de alentar el bienestar personal y familiar.

    Y todo ello existiendo aún la constante amenaza heredada de los enfrentamientos armados mundiales que se transformaron, tras el último armisticio, en la llamada "guerra fría", que provocaba el miedo a la extinción, día a día. Como he dicho en ocasión anterior, los largos años que pasaron tras aglutinarse el mundo en dos bloques políticos enfrentados y con el desarrollo de artefactos nucleares (ya horriblemente probados en la última Guerra mundial) usados en la guerra fría como "disuasorios", fueron el período en el que la Tierra -y muy específicamente Europa- estuvo más cerca de la destrucción. Sin embargo, fue la población, en general, la que continuó adelante, con su esfuerzo y su confianza en el futuro, que paulatinamente favorecían ideales de justicia y libertad, mientras que el paso de los años iba fortaleciendo la estabilidad.

       Hay un "entonces" que recuerdo con la mayor intensidad personal, y fue cuando pude contemplar -de lejos- el acontecimiento más significativo e importante que ocurrió en esa segunda mitad del siglo pasado. Y no, no fue la llegada del hombre a la Luna, por más que las contingencias espaciales sean algo que despiertan siempre mi interés personal. Fue...

       ... La caída del Muro de Berlín:  Su desaparición  mediante un derribo pactado y aplaudido por la ciudadanía, pareció borrar para siempre una confrontación bélica, entre partes, que habría acabado siendo suicida para toda la Tierra. Al caer el Muro, la unificación de Alemania se convertía en un ejemplo de reordenación y recuperación positiva para el mundo entero y un símbolo de paz y unidad. La guerra fría y la amenaza nuclear se hundían en las tinieblas del pasado. Esos avances de la segunda mitad de siglo representaron para todos, y muy especialmente para España, el paso a la modernidad, la responsabilidad social, la tecnología, el bienestar y la seguridad. La política estaba ahí pero no incordiaba ni malmetía, realizaba su papel como tantas otras instituciones y ciudadanos, en mayor o menor medida, pero sin romper acuerdos ni atizar disensiones sociales, salvo excepciones que ya apuntaban.

       El Muro de Berlín fue derribado en 1989. En 1999 nos trasladábamos al nuevo siglo XXI, novedoso, prometedor y con las más amplias expectativas de progreso. ¿Adónde nos llevaría la tecnología? ¿La informática? ¿Los avances sociales? ¿La moderación política? ¿La floreciente economía? ¿Los avances de la electrónica de las redes? ¿El bienestar de la población, ya dado por seguro? ¿Una prometedora globalización? Nos sentíamos felices y confiados. Hasta que en 2008 nos trastornó una crisis económica y social que duró más de seis años. Quedaron sus secuelas humanas y de desarrollo. Por su lado, en la Tierra se empezó a manifestar un cambio climático, impulsado por la actividad  de una población en imparable crecimiento, un conflicto que no se modera y que va a representar una amenaza silente.

       Y ahora, en 2020 hemos sufrido la masiva crisis sanitaria de la pandemia global y territorial con un impacto económico-social imposible de medir. En España la seguridad jurídica se ha debilitado y ha pasado a un segundo plano. El magnífico sistema de Salud español se ha tambaleado y demostrado su validez pero también sus carencias y falta de previsión y medios profesionales. La estabilidad en el empleo se diluye otra vez, dirigiéndose hacia el crecimiento del paro provocado por las medidas de aislamiento en los domicilios y el cierre provisional o definitivo de un número ignorado de empresas. El desarrollo se ha detenido, el pequeño comercio ya ha registrado porcentajes de cierres por falta de medios, hoy mismo en la prensa se informa de planes de subida de impuestos. La burbuja económica, que había rebrotado algún año antes de la pandemia vírica -creyendo ya olvidadas para siempre las consecuencias de la crisis del 2008-, es ahora un globo deshinchado y arrugado.

   ¡Oh! Y yo sigo añorando el luminoso y prometedor transcurso del siglo XX, tal como fue en su segunda mitad. Difícilmente olvidaré lo que supuso y lo evolutivo que parecía el cambio de siglo. Pero busco su herencia positiva cuando miro a mi entorno, en un presente complejo y dudoso, sin encontrar los esperados hallazgos y promesas que el siglo pasado parecía anticipar. Y es que ahora, casi me parece que me he mudado a Marte.

   Así que, quiera o no quiera, ¡Adiós, siglo XX, adiós!


Gracias por vuestra atención, amigos, y hasta el próximo día 19 (domingo) de este mes de julio.



Comentarios

  1. Coincido en las luces y sombras que ocuparon el siglo XX y, por eso, necesito creer que sus luces persistiran y seran las que aguanten los embates del 21......y desde luego, Adios,siglo XX, adios!!!!!

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